Libreros versus Amazon (y otras tiendas virtuales) – Round I
- librosalterego
- 8 nov 2020
- 3 Min. de lectura
El libro sigue siendo ese objeto sensorial con el que uno se mete a la cama, acaricia sus páginas y lo contempla más de la cuenta, fijándose en sus detalles más superfluos (el tipo de letra, la portada, la textura de las hojas). No digo que sean elementos sin importancia, pero los amantes del libro tienen en el deleite por el papel un argumento similar al del deseo de encontrar esas parejas de lectura en lugares románticos como las librerías, cuando existen tiendas virtuales, tan parecidas a las citas por internet.

Librería McNally Jackson Books en Nueva York en campaña contra Amazon.
Los que cuestionan la presencia de Amazon en el mundo del libro lo asemejan a un gran burdel donde el amor por los libros se convirtió en simple transacción. Jorge Carrión, autor de “Contra Amazon”, resume su teoría en algunos puntos centrales:
-El libro no se difiere de otra mercadería, como en un mall despersonalizado
-No es un negocio ético, no paga impuestos en el país de compra
-Bajan el precio del libro, devaluando el trabajo editorial
-Destruyen el comercio local, las librerías
Sin embargo, una de las críticas de Carrión más parece un elogio: “La lógica de Amazon es eliminar cualquier figura de mediación y de control, para crear nuevos modelos de autopublicación”. Lo primero es cierto, pero parece una cualidad (¿quién quiere pagar por intermediarios? Si aportan valor al libro, buenos editores, por ejemplo, seguro que tendrán público). Lo segundo es una falacia (la autopublicación es tan difícil que cada escritor tendría que tener su propia editorial, lo cual tampoco suena necesariamente mal).
Carrión defiende los bares, centros culturales, bibliotecas y librerías como “espacios de encuentro” donde el libro tiene presencia (en algunos, solo en la conversación). Pero su razonamiento hace pensar que sin iglesias no puede haber culto a los dioses o que sin estímulos la gente no va buscar la lectura o comprar libros (le faltaron los parques, salas y medios de transporte, los lugares donde realmente se lee). El suyo parece una defensa de un modelo de negocio que, como cualquier otro, se basa en el capitalismo.
Ahí se cae el romanticismo. Porque hasta los libreros de viejo (que buscamos rescatar y conservar tesoros para lectores interesados) o de segunda mano (que jugamos con las reglas de las acciones de bolsa: el libro vale más si otro lo quiere o si es escaso, el libro raro) jugamos con las reglas económicas, aunque seamos más entendidos en las lecturas que el chico en entrenamiento detrás del mostrador de una franquicia en un mall.
Si los libreros estamos contra Amazon, ¿en qué lugar están los lectores? En lo personal, he comprado muy poco en Amazon (un libro que solo ellos editan y un par que no se conseguían en mi país), así que para mí fueron igual que cualquier vendedor de rarezas de las que abundan en toda pequeña ciudad. Los impuestos (ya se sabe) solo alimentan los bolsillos de los políticos (y después se usan para hacer carreteras), así que asumir que las librerías virtuales (grandes o pequeñas) dañan el comercio local es pretender que no haya supermercados, todos a la tienda de la esquina.
Amo las librerías y nunca busco en ellas novedades (para eso están los malls) ni a los clásicos (para eso hay ediciones populares o de segunda). Pero creo que si la lógica es que deben cobrar más porque pagan un local, te dan un servicio personalizado y son parte de la ‘vida cultural’ de un país; hay que entender que más vida cultural se viene dando en las redes sociales y que las tiendas virtuales pueden ser el punto medio entre la cadena que te envía lo que sea (un fast food que, igual, alimenta si no pediste libros chatarra) y el librero tecnológico que conoce y cuida lo que vende (el cocinero que te sirve personalmente). Cada lector sabe cómo matar su hambre o darse un gusto.
El librero
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