Lecturas para no lectores
- librosalterego
- 13 jul 2020
- 3 Min. de lectura
Recomendar lecturas siempre me ha parecido una de las cosas menos naturales que hay en el mundo. Se pueden recomendar platos, en función al limitado número de cocinas que se conocen en el mundo (italiana, nikkei, amazónica, criolla) y de sabores asociados a insumos y técnicas de preparación, pero la lectura es un placer peculiar, inabarcable, difícil de clasificar y de reducir a determinadas emociones (literatura romántica, de terror, policial).
Sin embargo, los libreros somos personas que debemos poder recomendar ya que, a diferencia del personal de las cadenas de librerías (equivalente a los baristas de botón de Starbucks), tenemos una relación con los libros que tenemos. En el caso de esta librería, centrada en literatura, hay mucha literatura latinoamericana, metaliteratura, crónicas y ensayos, además de algunos libros clásicos y otros de autores que han despertado la curiosidad de este librero.
Aun así, me parece muy raro recomendar lo que uno ha leído porque el placer que despierta un libro es un acto íntimo, que en mi opinión puede llegar a compartirse cuando uno se ha enamorado de determinados autores o estilos literarios. Allí sí que valen las recomendaciones (cierta novela de un autor ya conocido, un relato específico en determinado estilo o un artículo sobre cierto tema tocado en algún ensayo), que resultan ligeras modificaciones en el acto amatorio de la lectura.

Biblioteca de la Basílica de San Francisco. Fuente: National Geographic.
Si alguna recomendación complementaria puede hacer este librero es la de no leer por criterios funcionales (saber qué pasa en el argumento de una historia o, peor aún, leer para saber si lo que se leyó ocurrió en la realidad), resaltar ciertas frases que motiven la reflexión (o compartirlas por redes sociales, comentarlas y recordarlas) y leer en voz alta, aunque sean solo fragmentos de un libro, para sentir ese tono que transmite cada autor.
A menudo, los grandes lectores queremos trasladar esa pasión a los hijos. Mi consejo es que no lo hagan por temas o autores (aunque muchas veces ayuda la motivación de lo ya conocido), sino por transmitir conductas: leer antes de dormir, leer a dos voces, leer y comentar, leer y reír, leer y dibujar lo leído. Allí, el acto de leer cobra vida, no así cuando se quiere contagiar la lectura por la sola imitación (ver a alguien leer no abrirá el apetito por la lectura si no sabemos de qué placer nos estamos perdiendo).
Cuando era más chico, llevaba a mi hijo a la biblioteca de mi distrito y dejaba que él escogiera el libro que quisiera, que encontrara, y lo leíamos juntos. Pocos pueden tener esa oportunidad de coger un libro como se toma una fruta de un árbol y morder su pulpa, a veces dulce, otras amarga. Probar en la lectura parece un acto más natural que comprar libros y esperar que sean de nuestra talla, así como querer hacer lector a alguien que nunca se ha interesado por los libros.
Todos leemos en nuestro día a día (hoy, cada vez más a través de internet y las redes sociales), pero el hábito de lectura se parece al del catador de vinos, que encuentra un disfrute en pequeñas variaciones, elementos mínimamente imperceptibles (sobre todo si lo comparamos con otras artes como el cine) y en el placer del autocultivo de lecturas. Por eso, mi último consejo para un lector es que lea solo y por su cuenta, aunque a veces pueda ceder a la tentación de preguntarle a su librero favorito por determinado autor del que empieza a enamorarse.
El Librero
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