Las más lindas bibliotecas
- librosalterego
- 11 sept 2020
- 2 Min. de lectura
La pandemia y el uso de las videoconferencias han revelado cierto afán por un signo de falso prestigio: las bibliotecas. Cientos de profesionales, intelectuales, escritores y hasta políticos se ufanan de sus colecciones privadas en las que la estética parece más importante que el contenido, un telón de fondo para presumir sabiduría y que en unas ocasiones (no en todas) es solo una demostración de capacidad adquisitiva porque, ¿quién lee todos los libros de las antiguas colecciones de publicación mensual?
¿Quién, salvo los literatos (y eso), leen de cabo a rabo esos libros empastados que parecen enciclopedias y que algunos hasta lucen embolsados en los anaqueles de su vanidad? ¿Quién no es capaz de desechar el libro malo, aburrido y hasta ridículo pese a que ello represente quebrar la colección familiar, esa herencia para los hijos que solo leerán en ebook? No nos engañemos, el libro es un objeto de lujo para muchos, pero solo porque lo usan para adornar sus paredes.

Librería del Jefferson Hotel, Washington.
En el artículo “No leer”, incluido en el libro del mismo nombre, el chileno Alejandro Zambra se alegra de los libros que no ha leído (por malos) y cuestiona a quienes van por la vida comentando libros sin haberlos leído (o terminado). Lo mismo debería valer para quienes guardan libros que no han abierto o que no piensan leer, lo más parecido a tener tesoros históricos en una bóveda, impidiendo que puedan ser vistos (inclusive por su propietario).
Zambra condena a quienes elogian libros sin haberlos leído, llevados por la prensa o el establishment que imponen las editoriales, la cordialidad de los periodistas culturales y el amiguismo entre escritores. Por extensión, aquí deberían estar los que almacenan en sus libreros vírgenes libros clásicos y otros porque “es lo que no puede faltar en una biblioteca”. La literatura, ha dicho César Aira, que si de algo sabe es de leer, “no te enseña nada más que el placer, el mismo placer que mirar Las meninas. Uno no aprende nada sobre Velázquez”.
¿Qué satisfacción alberga tener una biblioteca bonita, uniforme, impoluta y llena de clásicos y otros tesoros pero que nadie piensa leer? Me recuerda a los relojes de oro y diamantes. Sus poseedores los presumen y sus amigos que se dejan impresionar les siguen la corriente aunque ninguno de ellos sepa nada del tiempo precioso que se puede pasar leyendo un libro que nos sorprende.
El Librero
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