El tesoro oculto de los libros viejos
- librosalterego
- 13 nov 2019
- 2 Min. de lectura
Hay objetos que valen por el precio del ‘mercado’, por el valor sentimental de sus dueños o por la posibilidad de reventa que tiene, una especulación que en el mundo de los libros es de lo más impredecible. A los clásicos les suelen hacer ediciones de lujo que se venden bien por el pan de oro, la tapa dura y el papel de lujo. Las primeras ediciones tienen bajo costo y un valor de reventa que puede ser inimaginable:
El Quijote cuesta 200 mil euros, el Ulises de Joyce, 150 mil euros, los poemas de Witman, 140 mil euros, y Harry Potter, hasta con errores, unos 22 mil 500 euros.
Muchos libros raros, de editoriales extintas, o simplemente agotados pueden incrementar o disminuir su valor por motivos variados: si el editor detecta que hay una alta demanda, puede mandar una siguiente edición (lo que puede condenar al libro a un falso éxito o a dormir en los anaqueles). En cambio, si solo los cultores de la obra o del autor llegan a interesarse por él, pueden arrebatarse los últimos ejemplares a precios distintos.
Las ferias de libros (Amazonas en Perú, San Diego en Chile, San Telmo en Buenos Aires, la Cuesta de Moyano en Madrid, los márgenes del Sena en París) pueden ser buenos lugares para encontrar esos ejemplares que brillan en los ojos de sus lectores, mientras que para otros inadvertidos clientes son tan poco importantes que pueden ir a la pila de ignorados, ser objeto de regalo o desecho (en ocasiones, no valen ni su peso en papel).
Los libros, a diferencia de muchos otros objetos, valen en las manos del lector correcto (a diferencia de los coleccionistas, estos no suben su precio por una apreciación técnica como la antigüedad o calidad de la obra); esos que pueden esperar mucho hasta hallar el tesoro oculto que se deshoja y apolilla en la pila de remate de un librero cualquiera. Desde que me inicié en este oficio, busco ayudar a los lectores que buscan ‘ese’ libro sin cobrarles por su deseo, solo el monto necesario para justificar la labor de búsqueda.
Hacer que un lector encuentre su libro es ser testigo de un amor postergado que sigue firme. Somos cupidos de letras.
El librero
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