Del deslucido oficio del librero
- librosalterego
- 9 jul 2019
- 1 Min. de lectura
Ser librero no es sencillo: en un océano de libros de toda clase, los lectores que llegan a ti no buscan agua para saciar su sed de lectura, muchas veces quieren algo específico y, en otras ocasiones, no saben lo que quieren (pero sospechan que no es lo que tú piensas).
Es fácil desconfiar de un librero, del hombre que ofrece libros como cualquier vendedor pero que, además, pretende que leas lo que él tiene (y muchos pretenden que compres ese libro de pasta dura por el precio con el que comprarías tres magníficos). Del hombre que no te conoce pero cree saber tus gustos tras una breve y poco amena conversación.
Es riesgoso recomendar libros, creo que lo mejor de las librerías de puertas abiertas es que uno puede curiosear hasta encontrar lo que busca, toparse con algo que había olvidado o acaso sentir una nueva curiosidad. Descubrir un libro deseado es la primera aventura del gran lector. La tarea del librero es conocer ese libro para aportar algo a esa experiencia sin pretender guiarla.

Somos seres que aportan un adjetivo, un contexto, una experiencia pero que no debemos lucirnos en conocimiento, buen gusto u otra forma de autoridad porque quizá sabemos de libros pero nos falta conocer a los lectores. El oficio del librero es haber leído de distintas formas para reconocer los tipos de apetito para darle a cada uno el bocado más apropiado para su hambre literaria.
El librero
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