Abrir una librería
- librosalterego
- 3 may 2020
- 2 Min. de lectura
El sueño de todo librero es tener su propia librería: un espacio con un nombre literario, decoración ídem y que se vuelva un centro para escritores e intelectuales a la manera de los míticos cafés parisinos. Todo librero mira en el horizonte de la aspiración la bella librería Shakespeare & Company, y se piensa en ese ambiente de bohemia que Woody Allen recreó en “Medianoche en París”.

Fotograma de la película "Medianoche en París".
Pero la realidad de abrir una librería tiene que ver más con flujos de caja y deudas que de este misticismo añorado. El costo del alquiler, el pago a proveedores y al personal, el mantenimiento del local y el ingreso propio para cumplir con las deudas personales se resume en una palabra enorme y poco literaria: responsabilidades.
En segundo lugar, está el amor por los libros, reunir un catálogo independiente, dar espacio a la promoción de nuevos autores, entre otros pormenores que se disfrutan como el día de pago pero que, en el fondo, acarrean la misma preocupación anterior: ¿podremos vender más? Una librería es una tienda, una tienda tiene que vender y poco importa lo que venda (Coelhos o Vila-Matas). ¿Estamos de acuerdo?
Por eso, abrir una librería es un negocio arriesgado, igual al de las vinotecas, donde se vive la tentación por algo que puede satisfacerse de formas menos costosas: libros en línea, bibliotecas, relectura y otros medios digitales. Por eso, cuesta creer que el futuro de las librerías vaya a estar en el libro digital o en la venta a domicilio, porque la razón de ser de la librería es ese espacio mágico donde estás rodeado de la obra de genios.
Ir a una librería es otra forma de consumir lectura, igual que no es lo mismo abrir una cerveza en casa que beberla en la barra de un bar. ¿Necesitamos estos espacios? ¿Por qué invertir en ellos? Si algo nos puede motivar a los seres humanos de forma positiva es el deseo de una satisfacción intelectual, y allí las librerías pueden cumplir ese rol de templo y tienda a la vez, de lugar de adoctrinamiento donde el dinero invertido es un acto de fe en esta forma de comercio.
Lo que compramos no es papel, es un bloque de pensamientos que irán a ilustrar nuestra azotea intelectual, que serán parte de otro muro en nuestra pared, que serán la compañía nocturna en la mesa de noche y que nos acompañará en viajes y esperas. ¿Necesitamos librerías? Sí, porque sin ellas el comercio del libro pierde una magia que algunos están intentando transmitir por redes sociales (librero a domicilio) y el criterio de tentación se vuelve una decisión discernible por el precio antes de dar clic al carrito de compras.
¿Las librerías van a desaparecer? Toca a los libreros valientes, en esta coyuntura, dar su máximo esfuerzo para adaptarse, reinventarse y provocar nuevas experiencias en sus plataformas y medios digitales hasta que puedan abrirse. ¿Podremos pensar algún día en la apertura de una nueva librería más cercana a nuestro barrio? Aquí juegan las fichas de responsabilidad que, para este tipo de negocios, necesita incentivos mayores (tributarios, ministeriales, municipales) que ayuden a alimentar el sueño de una librería propia.
El librero
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